Me gusta la gente mayor. Esa vida que atesoran me despierta emociones encontradas y envidia sana. Verles se convierte en un ritual de ternura y delicadeza cargado de curiosidad y ganas de escuchar. Adoro observar a parejas de abuelos pasear por Mayor de Sarrià los domingos. Suben hasta la plaza, hablan con los vecinos de los cambios del barrio y compran un tortell de nata en la Foix. Un exceso que sabe igual, dicen, que cuando las calles eran caminos de carro. Lo saborearán como nosotros no haremos nunca, con un resquicio de juventud en el paladar. Saberles cómplices de toda una novela de vida me fascina. Y reprimo las ganas de preguntarles cualquier cosa como excusa para escuchar sus historias de otros siglos, su memoria. Espero llegar a compartir mi identidad con alguien algún día y ser un poco como ellos. Feliz de la vida.