Sigue haciéndose la fuerte aparentando un orden íntimo irreal. Ayer celebró el cumpleaños de su hermano. Hoy desayuna con sus amigas y por la noche ha quedado con su ex. Una vida aplaudida, aunque siempre con las prioridades claras a modo de coartada para aparcar los sentimientos. Revivir emociones nunca se le ha dado bien, por eso se siente perdida cuando le piden segundas oportunidades y mira cautelosa su tatuaje. Nadie quiere a nadie, un leitmotiv frío y aterrador que la acompaña en la cadera desde los veinticuatro años, cuando la hicieron añicos por tercera vez.