Entra en la sala decidida. Tiene una pisada fuerte y el repicar de sus tacones anticipa su llegada allá donde va. Lo ha hecho siempre, pero desde que se reincorporó de su baja maternal más. No titubea ni se achanta frente a los comentarios de sus compañeros, creen que no será capaz de lidiar con el bebé y con el proyecto del nuevo edificio a la vez y que pronto la relegarán. Ella apuesta por el tiempo de calidad y estar con todos los sentidos en cada escena. Le encanta su trabajo y se ha dejado la piel para llegar hasta aquí, pero adora la familia que por fin ha construido y cree que el mundo, su mundo al menos, tiene que entender la dicotomía entre ser madre y ser profesional. Se autoengaña. Y llega a casa por la tarde, cansada, y acuna a su hijo mientras repasa los últimos detalles de los planos que presentarán mañana al cliente.
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Encontrar la manera
Estaba asustada. Le aterrorizaba no saber qué pasaría, cómo serían estas primeras veces sin él. Le quitaban el sueño y las imaginaba mucho, a todas horas, con todas las variantes posibles. Esa silla vacía, esas conversaciones en el aire, ese cumpleaños que ya no volverá a cumplir. Estaba ansiosa y a ratos triste y de mal humor, quería que los días pasaran cuanto antes, indoloros. Al despertarse tanteó la posibilidad de una pastilla que la calmara pero finalmente dejó que la ilusión de los más pequeños cogiera el timón y todo fluyera a su son; las sonrisas y también las lágrimas. Los recuerdos y las nuevas tradiciones, que se obligó a crear, se entrelazaron y las horas fueron pasando. Cuando se dio cuenta ya había oscurecido, y lo habían superado. Poco a poco iban encontrando la manera de seguir.
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Dejar de cumplir años
El despertador hoy ha sonado con una nota de voz suya, la que cada año desde hace cinco le felicita por haber llegado hasta aquí, por cumplir uno más, por sumar vida a su vida. Otras veces se escucha decirse happy birthday y sonríe. Hoy sin embargo no ha sido así. Se ha escuchado varias veces, como necesitando darse cuenta de algo más, pero sus ojos están inanimados y su cabeza insiste en recordar todo lo que un año más le falta. Su abuelo le explicó una vez que con los años dejas de cumplir años, y teme que haya llegado ese momento. Pese a todos los whatsapp recibidos, las llamadas y el pastel, su vida se ha estancado y hoy solo es un día más.
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Solo existe lo que se cuenta
La realidad, sus capas y lo que queremos que se sepa. Todos tenemos una, y la moldeamos en función de las necesidades del momento; y así nos va. Solo existe lo que se cuenta, decía Virginia Woolf. Solo es real aquello que compartimos, porque tener una vida de historias que nadie conoce no sirve de nada. Esconder lo que hacemos y con quien lo hacemos no nos convierte en nadie especial, al contrario, nos mantiene en un punto de egoísmo solitario sin retorno. Estoy intentando abrirme. Dejar entrever alguna de mis capas menos superficiales, que no íntimas, a aquellos que me rodean, aunque no a todos, solo a algunos elegidos con cariño. Y noto que les sorprende a la vez que lo agradecen. Un poco por ver que yo también sufro, un poco por ver que yo también vivo. Les hablo de mis proyectos laborales, de mis aspiraciones vitales, de mis amores frustrados y mis dilemas tatuados. Les cuento que a veces no estoy bien, que mis prioridades empiezan a cambiar, que quiero ser alguien mejor y que tengo miedo. Miedo a perder mi esencia, a fracasar en lo personal y que llegue el día que solo me quede lo profesional. Digo estas cosas, y me avergüenzo, y pienso en esconderme debajo de la cama creyendo que así nadie me puede encontrar.
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Lo que en realidad es
Y te creías buena. Así de simple. Tras muchos años peleando por fin habías encontrado esa pizca de empatía contigo misma. Caminabas decidida, sonreías a tu alrededor y hablabas de planes que sobresalían en una agenda repleta de teléfonos de conocidos. Una vida pautada por ti misma, sin pretensión de nada especial que la tambalee. Opción fácil. Al llegar al restaurante saludas con gracia y propicias una actitud amable del camarero que se encandila con tus ojos marrones, grandes. Ojos que hablan más de la cuenta; y es que la diferencia entre lo que una cree ser y lo que en realidad es, lo que una no ve, lo que una no siente, se observa muchas veces en la mirada de los demás. Al sentarte en la mesa los amigos de los jueves, los de siempre, te observan. No lo dirán, pero con su mirada sabes que saben lo que sientes. Y te desmoronas por dentro mientras prodigas tu mejor sonrisa.
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