Te sueño, o fuerzo soñarte e imaginar cómo sería tenerte en el sofá de casa al llegar. Algo paradójico porque me encanta la independencia de no compartir mi espacio con nadie. Aunque contigo siempre hago una excepción consciente, y me salto las normas. Así ha sido desde el día que nos conocimos. Justificar tu prepotencia, perdonar tu falta de tacto, excusar tu soberbia, todo por una conexión inesperada y un cerrar los ojos impensado cuando me besaste por primera vez. Todo por una apuesta de vida, por un dejarme llevar improvisado y nuevo para mí. Y salió mal, y me arrepiento, mucho, continuamente. Y busco pistas tuyas y me refugio en imágenes pixeladas y euforias juveniles que me alejan, sutilmente, por falta de atracción.
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Inclinar la balanza
Si le pusiese en una balanza sabe que los contras ganarían a los pros, pero está obcecada e insiste en buscar guiños que sumen. Así recupera sus pocas muestras cariñosas empatándolas con su brusquedad, valora su profesión y sus planes de futuro por encima de su inexperiencia vital. Acepta sus reglas del juego a cambio de una comodidad impensada, puntúa alto sus besos y olvida su suspenso en la cama. Acepta su independencia y resetea su soberbia. Olvida que le avergüenza reconocer su edad y ensalza su mirada, verde. Se autoengaña y hace fuerza para cambiar el peso y equilibrarlo.
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Título adjudicado
Una sonrisa se dibuja en tu cara
mientras “ella” parpadea en tu pantalla
ha costado aceptar que “yo para ti y tú para mi”.
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Contrapuntos alejados
‘Si se ha estropeado no era él’. Así de contundente ha sido mi alter ego; así de cruda la realidad. Y si lo pienso tiene razón. Las cosas tienen que fluir, con altibajos, pero fluir. Y nosotros no lo hacíamos. Nunca. Ni cuando se presuponía sencillo y sólo había que dejarse llevar; ni entonces lo conseguíamos. Jugabas conmigo a aparentar ser cosas que no eras y te vendías como alguien más adulto, a mi nunca me ha gustado la gente que se vende. Ni a ti la gente como yo que aboga por la conversación mundana y las personalidades auténticas, con historias entramadas detrás de cada acción. Por eso no fluíamos. Por mi poco fashionismo y tu demasiada palabrería. Por mi espontaneidad sencilla y tu talante estudiado. Por tu pasión deportiva y mi pasatiempo cultural. Por contrapuntos alejados ahora no queremos ni vernos. Y es mejor. Un tiempo de distancia es lo mejor.
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Felicidad obligada
Estamos en esos días de sonrisa perenne, mesas llenas de gente con quien no hablas el resto del año y consumismo impostado. Días que incitan a una falsa felicidad que ella se obliga a seguir, porque no hacerlo sería contraproducente. El día de nochebuena, antes de que lleguen todos, rebusca entre los cajones los dos adornos que tiene y los cuelga en el pomo de la puerta en un simulado espíritu festivo. Ensaya frente al espejo la respuesta a ese ¿dónde está? que sabe que le preguntarán a duo primos, la tía Margarita y hasta su padre. Abre el horno y confía en la receta que dio Arguiñano el martes al mediodía. En el tocadiscos suena Oasis, tararea «and it’s never gonna be the same ‘til the life I knew comes to my house and says ‘hello’» y se dedica un baile antes de que empiece el espectáculo. Llaman al timbre y, como los actores antes de salir a escena, hace un último repaso mental del guion «no es bueno depender de una sola persona».
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Matrimonio en la distancia
Es de esas relaciones por las que nadie apuesta, un matrimonio en la distancia. Ciudades distintas les auspician de lunes a viernes y comparten hogar los fines de semana, puentes y vacaciones. Han vuelto de estar dieciséis días por las islas griegas y anhelan ese respiro que les ofrece su rutina semanal. Se despiden en el aeropuerto sin pena, él pensando en llegar al partido de pádel, ella en que la cojan para hacerse la pedicura. Se quieren a su manera y reservan para cenar con amigos el sábado en su restaurante japonés preferido.
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Run-run viajero
El mapa del mundo abierto sobre la mesa, caras ansiosas y ganas de escapar. Cerveza fría y lista de destinos en mano, empieza el juego de las coincidencias. Mongolia apunta ella, Canadá dice él. Nuevo turno. Madagascar ella, Cuba él. Más. Japón, Colombia. Ella sonríe, ese iba a ser su siguiente tiro. Perderse por el Valle del Cocora, abrazarse y no querer volver. Abren el ordenador y compran los billetes. Pronto volverán a cargar la mochila, a prescindir de lujos, a desesperarse ante las nuevas rutinas, a mezclarse entre otra gente intentando pasar desapercibidos. Se sienten libres sólo con imaginarlo. Se besan, se quieren y sueñan con ese run-run viajero eterno que esperan un día les lleve a pedir una excedencia, vender el coche, alquilar el piso y vivir.
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Cuando existas
Vendrás a mi mesa, beberemos un Ribera del Duero y brindaremos todos mientras reímos alguna de tus bromas. Debatirás con mi padre sobre el último fichaje del Barça y te acabarás el postre de limón que ha hecho mi madre. Alabarás mi ternura, me retirarás el pelo de la cara y acariciarás mi espalda. Imitarás a famosos mientras jugamos al Monopoly y acostarás a mis sobrinos. Todo, para caerles bien, para hacerte querer. Retirarás los platos y pasearás por el salón mirando con curiosidad las fotos de la chimenea. Pedirás un cigarrillo, besarás mi mejilla, saldrás al jardín y conversarás con los vecinos. Todo cuando, de una vez, existas.
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Hipnotizada
Ahora recuerdo momentos de esa noche y tiemblo. Momentos como cuando tus amigos propiciaron nuestro acercamiento o cuando me contabas cosas que no tenían porqué, vidas pasadas que no me aportaban nada y rumores familiares inconexos. Momentos como cuando me mordiste con ansias, cuando me querías besar en público, cuando la gente te vanagloriaba, nos íbamos conociendo y querías saber todo de mí. Cuando decías que me llevarías a Nueva York y que viajaríamos por el mundo, que querías cenar conmigo y verme en la ciudad. Cuando hablaste de tu furgoneta, de hacer surf y de enseñarme a esquiar vislumbré mi posible mitad. Cuando hablabas de tus coches, tu competición y me guiñabas el ojo quería escapar despavorida. Pero seguí ahí, curiosa. Cuando dudaba y me abrazaste perdí el control, de hecho, creo que lo tuviste tú en todo momento. Ver que nos encendían las luces era sinónimo de muchas horas hablando, y seguía queriendo más. Más minutos juntos, más palabras y más mentiras que, a ratos, jugaba a creer.
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Ganas de ganar
Se trata de un seguir adelante, de un querer y no poder, de un avanzar con miedo. De decisiones que nadie apoya, de soledad acentuada. Todo sabe distinto si lo miras a dúo. Elegir darle la espalda a lo que hoy por hoy es una ‘suerte’ y seguir sonriendo es de valientes. Quiero ser valiente. Podría inventar el mes de mayo con piezas de Playmobil, y jugar a ponerme en el centro y bailar. Podrían regalarme flores. Sí, podría haber flores a mí alrededor, margaritas y petunias… y hasta tulipanes dando un halo de colofón final a la escena. Pero no me gusta soñar, nunca me ha gustado. Realismo en vena y muchas ansias de estabilidad, de familia y de amigos, de perderme en la ciudad. Ganas de apostar por mí. Y también ganas de ganar.
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