Las cosas han cambiado. La honestidad es ahora una tendencia, por eso sorprende cuando en la oficina tu jefa se sienta en la mesa con un cruzar de piernas sensual y te dice que si quieres quedarte con el puesto solo tienes que invitarla a cenar. Trago saliva mientras desencajo mi mandíbula y me aflojo la corbata. Necesito esta distracción diaria, estas ocho horas de ordenador absurdas son vitales para poder pagar la hipoteca, el colegio de las niñas, el gimnasio y las vacaciones en Menorca. No puedo imaginarme sin rutina; y es entonces cuando acompaso la respiración y rastreo mi memoria en busca de restaurantes y tips teatrales. Mi respuesta, pudorosa también, ¿te recojo a las nueve?