Bailarinas, ese calzado sin el que no podría vivir. Vestirme cada mañana y perderme en el zapatero sopesando colores y formas para conseguir el toque que busco. Las hay marineras, con lacito, amarillas, color plata y hasta fucsias. Las hay para todos mis estilos, y lo mejor son esas historias que han compartido conmigo. Esas noches de fiesta hasta las tantas y desayunos en el café Paris, esas prisas para llegar puntual a clase de alemán, o para no perder el tren de ‘y 43’, o para pasear por Gracia escuchando el último disco de Manel. Las bailarinas me han acompañado en entrevistas de trabajo, en discusiones familiares, en visitas al hospital, en cenas románticas y en largas esperas, sosteniéndome estoicas, siempre, sin juzgarme.