Se acerca ese momento, ese día en el que hay que mirar atrás y hacer balance. Buscar razones, marcarse metas; pero no quiere. Y su cuerpo tampoco. Su ritmo cardíaco se acelera y los dedos de sus pies se tensan dentro de los botines de ante beige que se compró cuando se fueron de fin de semana a Bélgica hace tres inviernos. No logra acompasar la respiración ni dejar de repicar con el dedo meñique el mármol de la encimera. Aprieta la mandíbula fuerte mientras deja la mirada fija en la pared, pero no en cualquier pared sino en la de él, en la que tiene aún la sombra de su cuadro. Pronto hará un año que él se fue. Recogió sus cosas tras una acalorada discusión y no volvió, ni escribió, ni aceptó seguir siendo amigos en Facebook. Pronto hará un año que ella lloró, gritó y se rompió cuatro dedos destrozando el lienzo. Mientras se acaricia los nudillos y revive ese dolor se le escapa una lágrima. Sin él no avanza ni quiere hacer balance.