Entra en la sala decidida. Tiene una pisada fuerte y el repicar de sus tacones anticipa su llegada allá donde va. Lo ha hecho siempre, pero desde que se reincorporó de su baja maternal más. No titubea ni se achanta frente a los comentarios de sus compañeros, creen que no será capaz de lidiar con el bebé y con el proyecto del nuevo edificio a la vez y que pronto la relegarán. Ella apuesta por el tiempo de calidad y estar con todos los sentidos en cada escena. Le encanta su trabajo y se ha dejado la piel para llegar hasta aquí, pero adora la familia que por fin ha construido y cree que el mundo, su mundo al menos, tiene que entender la dicotomía entre ser madre y ser profesional. Se autoengaña. Y llega a casa por la tarde, cansada, y acuna a su hijo mientras repasa los últimos detalles de los planos que presentarán mañana al cliente.