Tomar té verde se ha vuelto un vicio para mí. Bueno, tomar té en general, pero con el verde tengo un algo especial. Una rutina adquirida después de pasar mucho frío un invierno en una isla y probarlo con el café y la leche. Fue mi salvavidas a esos meses interminables de humedad, cuando las cosas se torcían, cuando las decisiones se agolpaban esperando respuesta y parecía que no había escapatoria a nada. El té verde me ayudaba a sobrellevar el tembleque frente al abismo. Entre sorbos, miradas vacías y llamadas sin descolgar que se acumulaban en mi móvil, un día fui valiente y avancé. Y al poco llegó el buen tiempo, aunque yo no dejé de tomar té, por la serenidad que me aporta, y un poco también por esos antioxidantes que dicen que conseguirán atenuar mis arrugas.