Se atreven a dar el paso, a dejar el móvil y verse. Llevan tanto tiempo aplazándolo (con razón) que se les hace extraño. Se atreven a quebrar su vida y saben que no habrá marcha atrás. Como tampoco la hubo después de que recuperaran el contacto tras 20 años desconectados. Él elige el lugar, ella la hora. Están nerviosos, van a romper pactos de vida y a hacer daño a terceras personas, aunque sea solo un café, aunque repriman sus ganas, aunque prioricen otras cosas: van a verse. Ella se retrasa, pero llega y todo fluye. Él recuerda demasiado y se reprocha juventud y momentos vitales opuestos. Ella apenas tiene en su memoria algún detalle de esos años, pero le recalca que fue intenso, bonito y les llegó antes de tiempo, que no lo cambiaría y que son lo que son por ello. A veces le echa de menos, pero eso no se lo dice. Se cierra al recordar que no deberían estar allí y él lo admite mientras explica que no puede evitarlo, que es una de las mujeres de su vida, que quiere saber todo de ella. Rebusca en anécdotas del pasado que ella ha olvidado (o simula haber olvidado) y renace la complicidad. Ese feeling inevitable es lo que rompe la vida que tienen en casa. Lo saben y les asusta. Evitan alargar el encuentro y se despiden torpemente, rotos por dentro ante la encrucijada que les plantea la vida.
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Un pasado feliz
Esa espalda le despierta recuerdos de hace más de 15 años pero duda, ¿es ella? No puede creerlo, aunque tiene que serlo, está igual que la recuerda. Lleva el pelo algo más largo, pero sigue jugando con sus rizos mientras habla. Los gestos la delatan y la risa termina de descubrirla. Camina titubeante, ¿y si la saluda? De momento se sienta con sus amigos y la observa. Recuerda que aquello que tuvieron nunca se cerró, el destino les alejó y no terminaron de saber cómo hacer para volver a reencontrarse. Ella se gira y se ven. Se miran y hablan en silencio en la distancia. Se dicen que se han echado de menos mientras les brillan los ojos, se les eriza la piel y les nace un nerviosismo inusitado. Se acercan, él más tímido, ella más curiosa. Balbucean unos segundos antes de abrazarse fuerte, sintiéndose. Quisiera estirar el tiempo con ella pero su acompañante la reclama y se despiden a desgana, pensándose. A media noche dan un paso más y se escriben prometiéndose una llamada y un café que nunca llegarán. Resquicios de un pasado feliz.
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Título adjudicado
Una sonrisa se dibuja en tu cara
mientras “ella” parpadea en tu pantalla
ha costado aceptar que “yo para ti y tú para mi”.
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Aún no
Reapareces. No sé si por la pandemia, por la Navidad o por esos 40 años que acabas de cumplir, pero aquí estás. Insistiendo en verme, recalcando que nada ha cambiado en estos 20 años, que somos los mismos, que sientes lo mismo. Tiemblo. Te había olvidado, lo juro. Estabas ya sepultado debajo de mil historias de vida, fiestas, personas, mudanzas, trabajos, familia, viajes, enfermedades, decisiones… todo ha pasado por encima tuyo estos años, y apenas has asomado en alguna ocasión contada cuando en el autobús ha sonado tu nombre o en el gimnasio he saludado a alguien que se te da un aire. Ya no estabas para mí y has vuelto a marearme. No esperaba un traspié así hasta dentro de unos años, ya mayores, recuperándonos para esos últimos bailes de vida. Llegas antes de tiempo y no estoy preparada. Aún no.
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