Al nuevo año le pido sentir, esa metáfora de saber vivir que llevo tiempo olvidando (posiblemente adrede, por comodidad). Dejar de dar vueltas, de dudar, de contentar. Dejar de querer comprender y simplemente dejarme llevar. Fluir y disfrutar del baile. Celebrar, reír, viajar, beber, conocer, hablar, querer, jugar, contemplar, afrontar, soñar, escribir, aprender, llorar, regalar, temblar, ligar, confiar. Ser valiente para que este año sea uno de los que suman, uno que tenga alguno de esos momentos ‘atrévete’ que aparecen diez o doce veces en la vida, en los que el mundo esconde su ironía, te pone contra las cuerdas, te mira de frente y te pregunta, ¿te atreves?
Cuestión de perspectiva
Tiene 41 años, todos bien vividos. Desprende seguridad y hasta ahora se ha reprochado pocas cosas. Toma decisiones sin pensárselo mucho y no sufre con las consecuencias, sabe que todo es cuestión de perspectiva, que todo pasa. Estudió en un internado y tomó clases de japonés y de esgrima. Sus recuerdos de infancia se han ido desvaneciendo con los años y sólo piensa en ese día de Reyes en el Pirineo, con sus tres hermanos, comiendo gominolas y piruletas rojas. Su padre murió hace unos años jugando a golf, apenas le conocía, pero aún así acarrea con su vida póstuma cada mañana intentando sacar a flote el negocio «familiar». Cuando las deudas le inundan y la cosa se tuerce aprieta los puños y enfoca en lo importante, ese profundo olor dulzón a fresa, y se sonríe y sigue adelante.
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Contrapuntos alejados
‘Si se ha estropeado no era él’. Así de contundente ha sido mi alter ego; así de cruda la realidad. Y si lo pienso tiene razón. Las cosas tienen que fluir, con altibajos, pero fluir. Y nosotros no lo hacíamos. Nunca. Ni cuando se presuponía sencillo y sólo había que dejarse llevar; ni entonces lo conseguíamos. Jugabas conmigo a aparentar ser cosas que no eras y te vendías como alguien más adulto, a mi nunca me ha gustado la gente que se vende. Ni a ti la gente como yo que aboga por la conversación mundana y las personalidades auténticas, con historias entramadas detrás de cada acción. Por eso no fluíamos. Por mi poco fashionismo y tu demasiada palabrería. Por mi espontaneidad sencilla y tu talante estudiado. Por tu pasión deportiva y mi pasatiempo cultural. Por contrapuntos alejados ahora no queremos ni vernos. Y es mejor. Un tiempo de distancia es lo mejor.
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Juzgarse
Se ha divorciado hace poco. Se aburre con facilidad, necesita que constantemente le sorprendan, y eso no es fácil. Es sentimental, cambiaría su vida entera por amor del bueno, del que duele y te hace feliz a partes iguales. Es sensible, inestable, perfeccionista y pasa de la euforia a la depresión en segundos. Tiene talento, es inteligente y con un sentido del humor irónico que a pocos termina de gustar. Practica submarinismo y pesca en alta mar la cena de los domingos. Construye cabañas en los árboles por diversión, apaga la luz del porche antes de acostarse, silencia el móvil cuando está con la familia y respeta los límites de velocidad. Es cariñoso y buen padre, pero un mal marido. Ha destrozado tres matrimonios y se juzga a sí mismo severamente por ello. Le fascinan el impresionismo, la cocina coreana y las películas de Viggo Mortensen.
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¿Cuál es tu mejor defecto?
Es tímido y eso le hace amable, se resiste a crecer y vive en un espíritu joven eterno en el que las cosas siempre fluyen, los padres siguen siendo su sustento y los eslóganes de los anuncios de la tele son su modo de vida. No lleva reloj y acude a las citas con diez minutos de retraso que enmascara con modestia mientras da besos y simula buscar la mejor mesa del local. Habla a trompicones, sonrojándose cuando responde dubitativo a preguntas demasiado personales. Elude las miradas profundas y miente para ocultar su inconsistencia. Bebe ron con cola con pajita y cuando le preguntan por su mejor defecto responde que es un pesado.
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Cansada
Una nota de voz en el whatsapp con un tono desafiante. Está cansada de sus amigas. Son ya muchos años juntas y mucha vida entrelazada, y ahora además se suman más de 3000 kilómetros de distancia y maridos poco afines. Está en el bar, tomándose un cortado como de costumbre y siente más afinidad con el camarero que con ellas. Sucumbe a la charla vacía sobre las comidas de estos días y se olvida del rompecabezas de planes amistosos. El teléfono sigue sonando y lo silencia. No quiere saber lo muy ofendidas que están sus amigas, ni los meses que hace que no se ven, ni si su marido llegará tarde esa noche o si no quedan yogures de fresa en la nevera. Se termina el cortado y sale a la calle, camina sin rumbo. Hace frío y nota como sus ojos se inundan.
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Felicidad obligada
Estamos en esos días de sonrisa perenne, mesas llenas de gente con quien no hablas el resto del año y consumismo impostado. Días que incitan a una falsa felicidad que ella se obliga a seguir, porque no hacerlo sería contraproducente. El día de nochebuena, antes de que lleguen todos, rebusca entre los cajones los dos adornos que tiene y los cuelga en el pomo de la puerta en un simulado espíritu festivo. Ensaya frente al espejo la respuesta a ese ¿dónde está? que sabe que le preguntarán a duo primos, la tía Margarita y hasta su padre. Abre el horno y confía en la receta que dio Arguiñano el martes al mediodía. En el tocadiscos suena Oasis, tararea «and it’s never gonna be the same ‘til the life I knew comes to my house and says ‘hello’» y se dedica un baile antes de que empiece el espectáculo. Llaman al timbre y, como los actores antes de salir a escena, hace un último repaso mental del guion «no es bueno depender de una sola persona».
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Rutina opaca
Está opositando. Lleva así años y su vida va cogiendo un color de rutina opaca. Su calendario lo marcan los exámenes y sus días libres se reducen a algún domingo de celebración obligada. Cuando empezó tenía muchos grupos de whatsapp, miércoles de cine y sábados de brunch. Hoy todo esto ya no existe. Los mensajes son sólo de compañeros de clase o de su madre diciéndole que le ha preparado tuppers para la semana. Se viste con ropa cómoda y ha cambiado la orientación de los muebles del salón para crear diferentes zonas de estudio. También va a una academia y sufre con pruebas ficticias que la sumen en una alegría que dura hasta el día D, cuando los nervios y la nota de corte la devuelven al punto de salida. Sigue opositando.
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