– ¿Conducías tú?
– Sí.
– ¿Estás bien?
– Sí.
– ¿Seguro? No me refiero solo a los arañazos y las heridas…
– Estoy bien.
– ¿De verdad?
– De verdad.
Así, sin exclamaciones ni sobresaltos, un monótono y vacío ‘estoy bien’ resuena en mi cabeza acompañado del estruendo de las vueltas de campana, los cristales rotos, el golpe final, los minutos de silencio, la sangre y el sonido de las sirenas de la ambulancia.