Está opositando. Lleva así años y su vida va cogiendo un color de rutina opaca. Su calendario lo marcan los exámenes y sus días libres se reducen a algún domingo de celebración obligada. Cuando empezó tenía muchos grupos de whatsapp, miércoles de cine y sábados de brunch. Hoy todo esto ya no existe. Los mensajes son sólo de compañeros de clase o de su madre diciéndole que le ha preparado tuppers para la semana. Se viste con ropa cómoda y ha cambiado la orientación de los muebles del salón para crear diferentes zonas de estudio. También va a una academia y sufre con pruebas ficticias que la sumen en una alegría que dura hasta el día D, cuando los nervios y la nota de corte la devuelven al punto de salida. Sigue opositando.