Es de esas relaciones por las que nadie apuesta, un matrimonio en la distancia. Ciudades distintas les auspician de lunes a viernes y comparten hogar los fines de semana, puentes y vacaciones. Han vuelto de estar dieciséis días por las islas griegas y anhelan ese respiro que les ofrece su rutina semanal. Se despiden en el aeropuerto sin pena, él pensando en llegar al partido de pádel, ella en que la cojan para hacerse la pedicura. Se quieren a su manera y reservan para cenar con amigos el sábado en su restaurante japonés preferido.