Subir a la cima de una montaña y dejarte llevar por esa extraña sensación que recorre tu cuerpo cuando, después del esfuerzo de la subida, y pese al desnivel acumulado y las pulsaciones revolucionadas, llegas arriba y te repones en un santiamén. Un ponerte a prueba necesario. Un sentirte libre, fuerte y capaz de muchas cosas. Objetivo cumplido. Últimamente los sábados tenemos esta afición. Levantarnos cuando el sol está aún durmiendo, enfundarnos las chirucas, abrir el mapa y elegir un pico. Así aireamos la rutina y empequeñecemos las trifulcas hogareñas, que nos parecen insustanciales a la hora de almorzar. Mañana subiré a alguna cima y, desde la altura, estiraré los brazos como si quisiera tocar el cielo, cerraré los ojos y respiraré hondo mientras te voy dejando ir.