‘¡Coge un número!’, me abordan al entrar en la sala. ‘¡Venga, venga!’, vitorean, y me animo y remuevo las papeletas y saco uno de los cartones, lo desdoblo y ahí está, mi número, ese que me ha acompañado desde pequeña en las camisetas deportivas, en los ¿cuántos quieres?, en las contraseñas, en las elecciones que no funcionaban con el pito pito colorito. Ahí está, y lo observo atenta, apretándolo fuerte con la mano, dándole el poder de alegrar mi día. Tiene que ser una señal, me aventuro a creer. Y aquí estoy, mirándolo de reojo y esperando que tenga una consecuencia tras tantos tropiezos.